Nada comienza con más emoción y esperanza que el amor, pero también nada termina con más frustración y tristeza. La pareja es un rompecabezas emocional que, aunque sólo tiene dos piezas, resulta difícil de encajar. ¿Quién no ha empapado la almohada con lágrimas por un abandono?
Insomnio, inapetencia, hambre, hastío, parálisis, tristeza, pesimismo, aislamiento, falta de autoestima... El sufrimiento amoroso es universal y el proceso se asemeja al duelo por la muerte de un ser querido. “Las rupturas son siempre traumáticas y dolorosas –explica la psicoanalista Mariela Michelena en su libro “Mujeres malqueridas” (Ed. La Esfera)–, aunque sean elegidas y sepamos que son inevitables. La separación casi nunca se produce con un corte limpio de bisturí, porque las parejas están pegadas con chicle y cuando consiguen despegarse por un lado, ya están pegadas por el otro”.
El duelo sólo se supera “doliéndose” de él. Y es que a veces hay que perder para poder ganar o lo que es lo mismo, sufrir para dejar de sufrir.
Miedo infantil
“Ya sea real o imaginaria esa impresión de caer y caer, precipitándose en el abismo, reproduce una vivencia infantil muy primitiva –afirma Michelena–. Perder el regazo de la madre significa verse expuesto a la inmensidad del mundo exterior y produce una sensación muy parecida a la que tenemos que soportar cuando una relación amorosa toca a su fin. En el pozo oscuro del duelo sólo hay desesperanza, y mientras se está allí no se tienen ganas de nada”.
En su libro, la psicoanalista recoge las palabras de una de sus pacientes que ilustran ese abandono personal: “Llevo más de tres meses sin depilarme, ¿para qué?, ¿para quién? Cuando me ducho mi cuerpo me parece inútil. ¿De qué me sirve este cuerpo que él no va a volver a tocar?”. Según el psicólogo Antonio Bolinches, “cuanto mayor es nuestra inmadurez, más sufrimos cuando dejan de querernos”. Ahora bien, en una ruptura, no es lo mismo dejar que ser abandonado. Según Bolinches, autor del libro “Amor al segundo intento” (Ed. Debolsillo), cuando te dejan, “se produce la expresión máxima del sufrimiento amoroso y es la variante que provoca mayor ansiedad, aunque las reacciones dependen del perfil caracterial: los inmaduros alternan momentos de rechazo y desesperación hacia la pareja con otros en los que intentan recuperar su amor. Su sufrimiento es intenso y lo manifiestan a través de conductas destructivas. Los que tienen un perfil reprimido suelen reaccionar de forma autopunitiva, considerándose responsables del abandono y encerrándose en sí mismos; mientras que los neuróticos son los que más hacen sufrir con sus reacciones, puesto que suelen transformar el amor en odio y deseo de venganza”.
El que abandona
Por otro lado, tampoco es desdeñable el sufrimiento de quien decide cortar con su pareja. “Parece que dejar de querer sea un problema menor –dice Bolinches–, cuando en realidad suele provocar importantes contenciosos emocionales que pueden tardar mucho tiempo en resolverse”. También aquí las reacciones dependen del perfil de cada uno: “El inmaduro antepone sus intereses al daño que provoca. Una vez consumada la separación prefiere no volver a tener contacto para evitar los sentimientos de culpa. Sin embargo, el reprimido tiene cierta dificultad para dejar a su pareja porque su sentido de la responsabilidad es enorme y para evitar el sentimiento de culpa suele preferir que sea ella la que tome la decisión. Mientras, el neurótico es una versión más radical del inmaduro: abandona a su pareja y además la castiga haciéndola responsable de su desenamoramiento”.
No es para tanto
Pero a pesar de todo hay esperanza. Según una investigación de la Universidad de Virginia, EE.UU., el final de una relación es mucho menos devastador emocionalmente de lo que la gente piensa. Su estudio descubrió que los que dicen estar profundamente enamorados son los que más sobrevaloran la desesperación que podría causarles la ruptura. Sin embargo, en la realidad, la angustia que sintieron fue mucho menor a la tragedia emocional que habían previsto. Y es que, según Bolinches, “después de un tiempo, todos superan la crisis y reconocen que lo mejor es romper el vínculo que no funciona, aunque deba soportarse un cierto grado de sufrimiento. Por eso no tiene sentido que, para evitar ese dolor, ciertas personas sigan manteniendo relaciones con un coste emocional mayor que el de la ruptura. Hay tres maneras de sufrir: la que sirve para dejar de sufrir, la que no sirve para nada y con la que se está peor”. ¿Cuál elegimos? En definitiva, el sufrimiento amoroso tiene un límite y se acaba pasando. Según Mariela Michelena, “cuando una mujer puede dejar de mirar su propio ombligo encharcado en llanto y es capaz de advertir la lágrima en la mejilla de su amiga, podemos asegurar que la reconstrucción personal avanza por el buen camino”.
MANERAS DE AFRONTAR EL DOLOR
Según Antonio Bolinches en su libro “Amor al segundo intento”, el sufrimiento no se elige, pero la forma de sufrir sí, por lo que resulta constructivo o destructivo en función de cómo se afronta.
Comportamientos destructivos:
• Negar el sufrimiento que ha provocado la ruptura de la pareja.
• Culpabilizar al otro de todo lo que ha pasado.
• Recluirse en uno mismo.
• Obsesionarse con el pasado.
• Refugiarse en hábitos tóxicos.
• Exigir apoyos a los demás, pero no ayudarse uno mismo.
Comportamientos productivos:
• Aceptar que el sufrimiento tras las ruptura es algo natural.
• Analizar lo sucedido y autocriticarse.
• Recuperar aficiones.
• Iniciar nuevos proyectos.
• Evitar las conductas destructivas.
• Buscar apoyos y ayudarse uno mismo.
Insomnio, inapetencia, hambre, hastío, parálisis, tristeza, pesimismo, aislamiento, falta de autoestima... El sufrimiento amoroso es universal y el proceso se asemeja al duelo por la muerte de un ser querido. “Las rupturas son siempre traumáticas y dolorosas –explica la psicoanalista Mariela Michelena en su libro “Mujeres malqueridas” (Ed. La Esfera)–, aunque sean elegidas y sepamos que son inevitables. La separación casi nunca se produce con un corte limpio de bisturí, porque las parejas están pegadas con chicle y cuando consiguen despegarse por un lado, ya están pegadas por el otro”.
El duelo sólo se supera “doliéndose” de él. Y es que a veces hay que perder para poder ganar o lo que es lo mismo, sufrir para dejar de sufrir.
Miedo infantil
“Ya sea real o imaginaria esa impresión de caer y caer, precipitándose en el abismo, reproduce una vivencia infantil muy primitiva –afirma Michelena–. Perder el regazo de la madre significa verse expuesto a la inmensidad del mundo exterior y produce una sensación muy parecida a la que tenemos que soportar cuando una relación amorosa toca a su fin. En el pozo oscuro del duelo sólo hay desesperanza, y mientras se está allí no se tienen ganas de nada”.
En su libro, la psicoanalista recoge las palabras de una de sus pacientes que ilustran ese abandono personal: “Llevo más de tres meses sin depilarme, ¿para qué?, ¿para quién? Cuando me ducho mi cuerpo me parece inútil. ¿De qué me sirve este cuerpo que él no va a volver a tocar?”. Según el psicólogo Antonio Bolinches, “cuanto mayor es nuestra inmadurez, más sufrimos cuando dejan de querernos”. Ahora bien, en una ruptura, no es lo mismo dejar que ser abandonado. Según Bolinches, autor del libro “Amor al segundo intento” (Ed. Debolsillo), cuando te dejan, “se produce la expresión máxima del sufrimiento amoroso y es la variante que provoca mayor ansiedad, aunque las reacciones dependen del perfil caracterial: los inmaduros alternan momentos de rechazo y desesperación hacia la pareja con otros en los que intentan recuperar su amor. Su sufrimiento es intenso y lo manifiestan a través de conductas destructivas. Los que tienen un perfil reprimido suelen reaccionar de forma autopunitiva, considerándose responsables del abandono y encerrándose en sí mismos; mientras que los neuróticos son los que más hacen sufrir con sus reacciones, puesto que suelen transformar el amor en odio y deseo de venganza”.
El que abandona
Por otro lado, tampoco es desdeñable el sufrimiento de quien decide cortar con su pareja. “Parece que dejar de querer sea un problema menor –dice Bolinches–, cuando en realidad suele provocar importantes contenciosos emocionales que pueden tardar mucho tiempo en resolverse”. También aquí las reacciones dependen del perfil de cada uno: “El inmaduro antepone sus intereses al daño que provoca. Una vez consumada la separación prefiere no volver a tener contacto para evitar los sentimientos de culpa. Sin embargo, el reprimido tiene cierta dificultad para dejar a su pareja porque su sentido de la responsabilidad es enorme y para evitar el sentimiento de culpa suele preferir que sea ella la que tome la decisión. Mientras, el neurótico es una versión más radical del inmaduro: abandona a su pareja y además la castiga haciéndola responsable de su desenamoramiento”.
No es para tanto
Pero a pesar de todo hay esperanza. Según una investigación de la Universidad de Virginia, EE.UU., el final de una relación es mucho menos devastador emocionalmente de lo que la gente piensa. Su estudio descubrió que los que dicen estar profundamente enamorados son los que más sobrevaloran la desesperación que podría causarles la ruptura. Sin embargo, en la realidad, la angustia que sintieron fue mucho menor a la tragedia emocional que habían previsto. Y es que, según Bolinches, “después de un tiempo, todos superan la crisis y reconocen que lo mejor es romper el vínculo que no funciona, aunque deba soportarse un cierto grado de sufrimiento. Por eso no tiene sentido que, para evitar ese dolor, ciertas personas sigan manteniendo relaciones con un coste emocional mayor que el de la ruptura. Hay tres maneras de sufrir: la que sirve para dejar de sufrir, la que no sirve para nada y con la que se está peor”. ¿Cuál elegimos? En definitiva, el sufrimiento amoroso tiene un límite y se acaba pasando. Según Mariela Michelena, “cuando una mujer puede dejar de mirar su propio ombligo encharcado en llanto y es capaz de advertir la lágrima en la mejilla de su amiga, podemos asegurar que la reconstrucción personal avanza por el buen camino”.
MANERAS DE AFRONTAR EL DOLOR
Según Antonio Bolinches en su libro “Amor al segundo intento”, el sufrimiento no se elige, pero la forma de sufrir sí, por lo que resulta constructivo o destructivo en función de cómo se afronta.
Comportamientos destructivos:
• Negar el sufrimiento que ha provocado la ruptura de la pareja.
• Culpabilizar al otro de todo lo que ha pasado.
• Recluirse en uno mismo.
• Obsesionarse con el pasado.
• Refugiarse en hábitos tóxicos.
• Exigir apoyos a los demás, pero no ayudarse uno mismo.
Comportamientos productivos:
• Aceptar que el sufrimiento tras las ruptura es algo natural.
• Analizar lo sucedido y autocriticarse.
• Recuperar aficiones.
• Iniciar nuevos proyectos.
• Evitar las conductas destructivas.
• Buscar apoyos y ayudarse uno mismo.
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