(Gabinete Caligari )
la mano y me la besó.
Mi madre me enseñó primero a caminar
solo, solito andarás.
Y me hacía comer mirando un ascensor
que había en el patio interior;
y a querernos los dos.
Mi madre me enseñó
a no llorar en el colegio
cuando ella no podía estar,
a distinguir entre el aprecio
que las personas me pudieran dar.
Mi madrecita me enseñó
a ver la vida como un señor;
y la cara de Dios,
mi madre me enseñó.
Es amor de madre que me dió
su estilo, su clase, su voz.
Me decía que no te enamores jamás
de alguien que te pueda fallar…
Y llevaba razón.
Mi madre me enseñó
a resguardarme de la lluvia
con un paraguas de verdad,
a soportar todas las puyas
que los malajes me quisieran dar.
Cuando era enano me otorgó
su amor de madre su corazón.
Mi madre me enseñó a cantar con emoción,
a no temer la maldición.
Y la cara de Dios,
y la cara de Dios.
Mi madre me enseñó,
a querernos los dos.
un poco tensa y con la gafas empañadas,
querías verme bien y fue la vez primera,
sentía que sabías como te añoraba.
Y me abrazaste mientras te maravillabas
de que aguantara triste y casi sin aliento,
hace ya tanto que no estamos abrazadas
y en el silencio me dijiste…¡lo siento!.
Pero ha bastado un ruido para despertarme,
para llorar y para hacer que regresara
a aquellos días que de niña me cuidabas
donde en verano cielo y playa se juntaban.
Mientras con mi muñeca vieja te escuchaba
los cuentos que tú cada noche me contabas
y cuando más pequeña tú me acurrucabas
y adormecida en tu regazo yo soñaba.
Pero a los dieciséis sentí como cambiaba,
y como soy realmente ahora me veía,
y me sentí tan sola y tan desesperada
porque yo no era ya la hija que quería.
Y fue el final así de nuestra confianza
de las pequeñas charlas que ayudaban tanto,
yo me escondí tras una gélida impaciencia,
y tú deseaste el hijo que se te ha negado.
Y me pasaba el día sin volver a casa,
no soportaba tus sermones para nada,
y comencé a volverme yo también celosa,
porque eras casi inalcanzable, tan hermosa.
Y abandoné mi sueño a falta de equipaje,
mi corazón al mar tiré en una vasija,
perdí hasta la memoria por falta de coraje,
porque me avergonzaba tanto ser tu hija.
No, no, no, no, no.
Mas no llamaste tú a mi puerta,
inútilmente tuve un sueño que no
puede realizarse,
mi pensamiento está tan lleno del presente
que mi orgullo no me deja perdonarme.
Mas si llamases a mi puerta en otro sueño,
no lograría pronunciar una palabra,
me mirarías con tu gesto tan severo
y yo me sentiría cada vez mas sola.
Por eso estoy en esta carta tan confusa,
para contar algo de paz en lo que pienso,
no para reclamarte ni pedirte excusas,
es solo para decirte, mama…¡lo siento!.
Y no es verdad que yo me sienta
avergonzada,
son nuestra almas tan igual, tan parecidas
esperaré pacientemente aquí sentada,
te quiero tanto mama…escríbeme…tu hija.
la vida con el tiempo le ha enseñado tanto
que ya no tiene miedo, y nunca tiene prisa
por preparar a nadie la comida.
Está mejor que nunca. Conoce sus encantos.
Si tiene depresión se compra unos zapatos.
Y llama a sus amigas y salen por el barrio
y dan que hablar a todo el vecindario.
Está mejor que nunca, ya nada le hace daño
y miente cuando dice que tiene treinta y tantos.
Está mejor que nunca y guarda en un armario
las cartas que mandanos a los reyes magos,
algún mechón de pelo y alguna vieja foto
y un calendario del 74.
Está mejor que nunca y tiene lo que quiere,
ha puesto ya en su habitación su propia tele.
Y tiene un medio novio desde hace cuatro días
y tiembla si le ve, como una niña.
Está mejor que nunca, ya nada le hace daño
y miente cuando dice que tiene treinta y tantos.